Según cuenta la tradición oral de la localidad, en la tarde del día 7 de diciembre, vísperas de la Inmaculada. Un hombre vestido a la vieja usanza y con un saco al hombro, recorría las calles del pueblo dado vivas. Tras él, una comitiva de niños y niñas respondían a cada jaculatoria ¡VIVA! ¡VIVA! ¡VIVA!, por lo que no es de extrañar que el continuo VIVA que se oía por las calles, los lugareños denominaran a la fiesta el día de La Viva.
Las gentes, al paso de aquel hombre seguido de decenas de niños tiraban caramelos y dulces de la época, incluso algunas pesetas. De esta forma tan peculiar y ya hoy casi extinguida, los poceños celebraban a la Inmaculada Concepción.
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